Elvis Presley no está vivo, Paul McCartney no está muerto y David Bowie no era un extraterrestre. Hasta aquí, todos estamos de acuerdo; pero, y Avril Lavigne: ¿murió en 2002 y desde entonces se hace pasar por ella alguien idéntica físicamente llamada Melissa Vandella?
De todas las leyendas urbanas y teorías descacharrantes que han provocado seis décadas de música pop, seguramente la que protagoniza la canadiense es la que suma más adeptos crédulos. Hasta tal punto que hace solo unos meses, cuando Lavigne ofreció una entrevista en el podcast Call Her Daddy para presentar su gira de grandes éxitos la presentadora, medio en guasa medio en serio, se lo preguntó: “Entonces, ¿tu nombre es Avril Lavigne o Melissa Vandella?”. La cantante no se molestó demasiado y respondió: “Obviamente soy Avril Lavigne”. Obviamente.
Una de las razones por las que esta descabellada teoría ha calado más que otras conviene buscarla en el universo digital y su expansión vírica, además de en una carrera con demasiados altibajos y silencios prolongados. A principio de los 2000 dos cantantes jóvenes luchaban por el cetro del pop comercial: Britney Spears y Christina Aguilera. Ambas esgrimían las mismas armas: después de una adolescencia trabajando en Disney se lanzaban al mundo adulto con canciones pegajosas, faldas cortas y mensajes pizpiretos. Las dos lucían una cabellera rubia. Y entonces llegó Avril Lavigne: malencarada, pantalones anchos oscuros, corbata sobre una camiseta, pelo lacio que le tapaba medio rostro y casi siempre posando con el dedo corazón levantado. ¡Que os den! La música también corría por el mismo raíl de la rebeldía: la guitarra arriba, la voz grungera, la melodía acelerada.
Cantaba con el ceño fruncido y gastaba toneladas de rímel negro. Su primer disco, Let Go (2002), despachó 14 millones de unidades, la mayoría compradas por jóvenes que anhelaban ser diferentes, que no entendían el mundo que les había tocado vivir y que eran demasiado pequeños cuando Kurt Cobain berreaba su malestar vital. Pero lo de Avril les pilló en el momento justo: en esa transición de la adolescencia a la juventud donde necesitan un referente que ponga en palabras lo que ellos piensan y sienten. Mucho mejor si encima se lo cantan. Angustia grunge para la adolescencia. Y esa era Lavigne y sus muñequeras de tachuelas.
En su primer éxito, Complicated, despellejaba a un novio que cuando estaba con sus amigos se comportaba como un estúpido machito. “Actúas como si fueses otra persona, me frustras”, cantaba una chica de solo 18 años. También hablaba de ligar con chicos mientras recorría la ciudad montada en un monopatín (como en Sk8er Boi) y de la pereza que le daba el mundo de los adultos.