EL CASO KIMMEL Y EL SHOW DE LA TELEVISIÓN MODERNA
La salida de Jimmy Kimmel de la televisión estadounidense ha encendido un debate mucho más amplio que su propio programa. No se trata solo de un presentador que deja de estar en pantalla, sino de una discusión sobre el futuro de la televisión en una época dominada por el streaming, las redes sociales y la inmediatez.
Kimmel era un rostro conocido en el “late night”, un espacio que durante décadas fue considerado un templo del entretenimiento nocturno. Sin embargo, los hábitos del público han cambiado. La audiencia ya no espera a las 11:30 de la noche para escuchar chistes sobre política o entrevistas con estrellas de Hollywood. Hoy, esos mismos contenidos aparecen recortados y virales en TikTok, Instagram o YouTube minutos después de salir al aire. El televisor dejó de ser el centro del salón familiar.
La caída de Kimmel, más allá de las razones puntuales, refleja el peso que tienen ahora las métricas digitales. Antes, los ratings tradicionales eran la medida definitiva. Hoy, lo que cuenta es la capacidad de generar conversación en línea, de mover tendencias, de producir un clip que recorra el planeta en segundos. Y ahí, Kimmel nunca fue tan fuerte como otros. Competidores como Jimmy Fallon o Stephen Colbert lograron un mejor balance entre el formato clásico y el contenido digitalizable.
Otro aspecto que se discute es la presión de los anunciantes y de las plataformas regulatorias. En el ecosistema mediático actual, la línea entre “contenido aceptable” y “contenido problemático” es cada vez más delgada. Un comentario incómodo, una broma mal recibida o un segmento mal editado puede encender la mecha en Twitter y convertirse en una tormenta de reputación para la cadena. El presentador queda expuesto, pero quien realmente decide es la empresa que teme perder ingresos publicitarios.
Al mismo tiempo, la salida de Kimmel abre otra pregunta: ¿qué tan necesarios siguen siendo los programas nocturnos? En una era donde los usuarios buscan autenticidad y conexión directa, muchos prefieren a un influencer que transmite desde su cuarto antes que a un comediante con traje detrás de un escritorio elegante. El modelo tradicional se tambalea frente a una generación que consume en celular, en el metro o en la pausa del almuerzo.
Lo curioso es que, lejos de desaparecer, figuras como Kimmel podrían encontrar en ese mismo ecosistema digital su renacer. Un canal en YouTube, un podcast, una cuenta de TikTok bien gestionada pueden darle más alcance global del que jamás tuvo en la televisión abierta. El futuro de los comediantes no está en los viejos estudios con público en vivo, sino en el contacto directo con millones de usuarios que deciden qué ver, cuándo y dónde.
Al final, la historia de Jimmy Kimmel no debería leerse como un caso aislado de conflicto entre cadenas y presentadores, sino como un síntoma de que la televisión, tal como la conocimos, está mutando. La pregunta ya no es quién conduce el mejor “late night”, sino quién logra captar la atención en un océano de pantallas que nunca duerme.
Siii
Claro es asi
Por ahí vamos