El mundo de la ciencia y de la humanidad despierta hoy con la noticia de la partida de Jane Goodall, la mujer que nos enseñó que los animales no son simples objetos de estudio, sino seres con emociones, cultura y lazos sociales. Su vida estuvo marcada por un gesto sencillo pero revolucionario: tender la mano al pequeño chimpancé Flint. Esa imagen, inmortalizada en una fotografía, no solo derrumbó las normas científicas de su tiempo, también derribó el muro que separaba la visión humana de la animal.

Goodall desafió el dogma académico que imponía distancia y frialdad entre investigador y objeto de estudio. Ella eligió el camino de la cercanía, la paciencia y la empatía. Y con esa elección transformó la etología en un campo más humano y más honesto. Flint, aquel bebé chimpancé que se acercó con naturalidad a la joven científica, se convirtió en símbolo de una nueva mirada sobre la vida: la que reconoce que los demás seres sienten, sufren, ríen y lloran.

Su trabajo en Gombe, Tanzania, no solo documentó el uso de herramientas por parte de los chimpancés, sino que reveló sociedades complejas, con jerarquías, afectos y conflictos. Ese descubrimiento derrumbó la frontera artificial que el hombre había levantado entre “nosotros” y “ellos”. Desde entonces, la humanidad comprendió que compartir el planeta implica respetar la vida en todas sus formas.

Hoy, al recordar a Jane Goodall, no solo se honra a la investigadora, sino a la mujer que convirtió la ternura en método científico y el respeto en bandera. Su legado es un llamado a la conciencia global: la verdadera evolución de la humanidad comienza cuando reconocemos la dignidad de cada ser que respira.

Fernando Placeres, M.Sc

Comunicador, director de medios y consultor en marketing digital.

Posee una maestría en Marketing & Digital Strategy.

@fernandoplaceres

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